Varanasi, la puerta del cielo
Varanasi, ya que no hay otra ciudad más singular, vieja y sagrada sobre la faz de la tierra. Mark Twain escribió que Varanasi no sólo era más antigua que la historia, la tradición e incluso la leyenda, sino que las doblaba en edad a las tres juntas. Iba a añadir que Varanasi es la Meca de los hindúes, pero sería mucho más justo decir que Meca es la Varanasi de los musulmanes.
Hace más de dos mil quinientos años Buda ya la eligió para dar a conocer al mundo su Óctuple Sendero. Pero antes y después del príncipe iluminado ha sido siempre la más importante de todas las tirthas -lugares de encuentro entre los hombres y los dioses, donde a los yoguis les resulta mucho más fácil trascender la conciencia y alcanzar el samadhi, y a los dioses manifestarse o encarnarse en la tierra-, un poderoso centro de energía espiritual que ha atraído sin cesar a millones de hindúes, budistas, jainistas... desde tiempo inmemorial.
Personajes de la talla de Mahavira, el fundador del Jainismo, o Sankara, el gran filósofo y padre de la filosofía Advaita Vedanta, por citar sólo dos entre miles de grandes sabios, santos y maestros espirituales que visitaron Varanasi en su día, confundidos entre el flujo incesante de peregrinos que no ha cesado.
Kasi, Benarés, Varanasi
Conocida por tres nombres, Kasi (La Ciudad de la Luz), Benarés (Libre de Pecado) y Varanasi, el más moderno, que significa La que purifica las culpas, es para los hindúes garantía de salvación eterna. Los peregrinos acuden movidos por la fe desde los lugares más apartados de la India. Su objetivo primero es llegar a los Ghats, los terraplenes escalonados que se hunden en las aguas sagradas del Ganges a lo largo de unos seis kilómetros, entre las desembocaduras del Asi y el Varuna.
El río es la vida en Varanasi. Las aguas del Ganga Ma (la Madre Ganges) son curativas, limpian el cuerpo y purifican el alma, borrando los pecados, así que la primera cosa que hacen los peregrinos es sumergirse hasta la cintura, enjabonarse y lavarse a fondo, mientras oran y expresan su gratitud al dios Siva. A pesar de la increíble contaminación del río, el ritual no decae y cada día miles y miles de devotos se bañan en sus aguas con una fe y devoción conmovedoras.
A su espalda, en lo más alto de los ghats, se alzan imponentes templos y palacios seculares, pero el primer abrazo es siempre para el Ganges, a cuyas aguas todo hindú quisiera entregarse en el momento de la muerte.
Cien lugares sagrados, setecientos templos
El peregrinaje completo, conocido como Panchkosi (16 kilómetros) lleva seis días de visitas rituales a 108 lugares sagrados, comenzado en Asi Sangam, el Ghat mas meridional, y terminando en Manikarnika, al norte, donde tiene lugar la cremación de los cadáveres. Entre los más de setecientos templos con que cuenta Varanasi, ninguno como Vishwanantha, el Templo de Oro.
Arrasado y reconstruido varias veces durante la dominación musulmana, finalmente fue erigido en su presente forma, en 1777, por la reina Ahilyabai Holkar, de Indore, en el corazón de la ciudad antigua. Para muchos peregrinos es el punto culminante de su largo viaje a través del país. Aunque todo el complejo queda oculto tras un muro que está estrictamente vedado cruzar a los no hindúes, impresiona contemplar las elegantes shikaras que sobresalen cubiertas por más de setecientos cincuenta kilos de oro puro.
Adyacente a Vishvanatha, se halla la mezquita Ñana Vapi, también conocida como la Gran Mezquita de Aurangzeb, fuertemente custodiada por la policía en prevención de cualquier ataque de extremistas hindúes.
La devoción de las peregrinas
En Varanasi no faltan templos dedicados a Shakti, la energía femenina, encarnada en fuertes deidades como Kali o Durga, que atraen a muchas mujeres. Sentadas en corros en el suelo, vistiendo sus mejores saris, las peregrinas ejecutan sus ofrendas y rituales con perfecta devoción y concentración, una llamarada de color y fervor femenino en contraste con la excesiva solemnidad masculina que predomina en la mayoría de los templos.
Aunque la Varanasi antigua está cruzada por un laberinto de callejuelas llenas de sorpresas, templos, faquires, mendigos, vagabundos, exhibicionistas, etc., que hacen muy entretenido perderse por ellas, el espectáculo está en los Ghats. Al amanecer, desde mucho antes de que salga el sol, la muchedumbre va tomando posiciones en las diferentes gradas de cemento (hay más de cien Ghats) y los devotos comienzan sus abluciones. El río, de una anchura majestuosa, constituye un marco ideal para que el sol emerja del horizonte como un disco rojo, encendiendo las paredes areniscas de los templos y palacios que se suceden en la orilla.
El visitante cae entonces presa de la magia del momento, y se siente transportado a una época remota, sin ruidos ni señales de la civilización actual, en la que los actores visten a la antigua, se bañan en público en el río, junto a vacas y perros, exteriorizando sin remilgos su adoración a los múltiples dioses del panteón hindú. Todo es tan auténtico e impregnado de eternidad que son muchos los que salen convencidos de que realmente hay algo misterioso y extraordinario en el ambiente que parece haber estado siempre allí y a lo que nuestra civilización destructiva no ha logrado contaminar.
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